Una lectura de La Libertad Que Se Nos Permite de Alfonso Huerta
¿Quién de ustedes puede armar
un cubo de Rubik? Su versión normal tiene 6 piezas de color por lado, pero hay
otros de hasta 25 piezas. En teoría cara cuadro de color es libre para ser
movido hasta conformar una cara, sin embargo esta libertad es imaginaria. Los
cuadros de color centrales son inamovibles y determinan la “libertad” para
moverse del resto.
Por lo tanto sus combinaciones
tampoco son infinitas pues hay al menos cuarenta y tres trillones doscientos cincuenta y dos mil tres
billones doscientos setenta y cuatro mil cuatrocientos ochenta y nueve millones
ochocientas cincuenta y seis mil posibilidades diferentes.
Creo que el cubo rubik de la
portada diseñada por Wingston González, es la mejor metáfora para adentrarnos
en el libro de Alfonso: La libertad que se nos permite.
Juego hermoso de palabras el
del título. Título acorde y devastador como la misión que Alfonso parece haber
emprendido junto con la escritura. Sus poemas, sus textos en los que fija un
instante, son cuadros que intentan desmoronar los espejismos del mundo en que
vivimos. La libertad es una falacia, y eso cualquiera lo sabe, porque, como en
Matrix, todos los acontecimientos son determinados por uno anterior y por lo
tanto, también son previstos por el sistema. Podemos decir entonces, que esta
miseria, que la miseria de esta pequeña
república de barbarie circunspecta, es provocada y controlada.
Sin embargo, si toda libertad
es controlada, eso no implica que no intentemos jaquear la matrix, huir a
espacios de libertad plena. Zonas Temporalmente Autónomas, decía Hakym Bay, que
se pueden disfrutar hasta que el poder las aplasta. Esta huida está presente en
los textos de Alfonso porque la lectura de su libro no debe limitarse a un
cuadro devastador, hay esperanza, hay deseo como motor esperando manejar hasta
llegar a un país grande, donde la
reinvención parezca posible.
La libertad que se nos permite
está llena de cuadros tristes, de un mundo de miserias tanto económicas como
emocionales. Esa es la estructura que se esconde detrás de las fachadas de
nuestras relaciones sociales. Por eso Alfonso, siempre bueno para el comentario
hereje, atenta contra la hermosura de los domingos para luego reflexionar sobre
los supuestos de la tecnología; estas redes que en verdad nos aíslan, porque
como diría en un poema anterior: la
amistad a veces es como el sol en un día nublado.
Muchos de estos textos parecen
haber sido escritos desde una torre, la torre en que se refugia quien se reúsa
a jugar a las apariencias. Esa torre son las vistas desde la terraza, desde el
carro, desde la ventana en que se observa una familia que vive bajo un techo de
zinc y que parece ser más feliz que nosotros que nos sentamos a teclear una
portátil.
En algún momento debemos
preguntarnos qué es lo que apreciamos en un libro. Yo puedo decir que lo que
espero es encontrar allí al poeta y no al esteta. El esteta haría de estas
visiones una pose de dolor y tristeza, una pose fingida como quién se lamenta
para clamar por consuelo y lástima. El poeta se yergue en su visión dolorosa
del mundo y se yergue porque es capaz de escribir con la misma actitud con la
que vive, la misma actitud con la que ha sobrevivido a la visión del vacío.
Tengo 6 años de conocer a
Alfonso. Quienes compartimos esa amistad somos testigos de una inteligencia
filosa, que hace de la ironía, el sarcasmo y el humor negro, un arma para
atentar contra los supuestos básicos del diario vivir.
El siglo que recién comienza
no será el de los Poetas (con mayúscula) que nos legó el siglo anterior, será
el de hombres que comparten sus microuniversos, hombres que abren su plexo para
que a través de él contemplemos el cosmos. Alfonso nos presta sus ojos, para
que veamos cómo se desarma el cubo rubik, los movimientos controlados de
nuestra falsa libertad diaria.
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