I. 29 de diciembre de 1996. La Plaza estaba llena, yo tenía ocho años y miraba todo en la televisión desde la cama con mi madre al lado. Hubo un show de luces que se esfumaron rápido. Han pasado 20 años. 20 años de una paz violenta. Veinte años en que vimos al obispo tirado en el piso con el cráneo roto tras presentar aquel informe del ángel moreno. Vimos a los reclusos jugar fútbol con una cabeza por pelota. Vimos a nuestros amigos morir antes de cumplir 18 años. Vimos el retorno del General y las llantas humeando como barricadas en la ciudad. Vimos a los sicarios que impusieron la limpieza social como política de Estado en el gobierno de los empresarios. Vimos a los bancos quebrados. Vimos gente perderlo todo. Vimos al país destruirse en el Mitch, en el Ágatha, en el Stan y a los políticos haciendo campaña sobre los muertos. Vimos la sequía. Vimos el hambre. Vimos a nuestros padres cansados. Un país saqueado. Volvió el otro General
Su estrella ya no era el centro de la galaxia del fútbol. Se había desplazado lejos de aquellos años gloriosos de azulgrana; entre las coordenadas rossoneras y su vuelta a Brasil, esa estrella apenas era un lucero. Brillaba cada vez que quería y aquel día, aquel 6 de octubre de 2010, no había forma de presagiar para el astro una noche como aquellas de París o Barcelona. Esa sonrisa de un Jar Jar Binks que reflejaba en su dentadura el resplandor de la Fuerza hacia la parte más oscura de la Estrella de la Muerte, escondía eso precisamente: un luto. El luto de haber perdido a su padre cuando aún era un niño. Tantos años y tantos goles después la muerte volvió a jalarlo de la camiseta cuando su vida se enfilaba a la portería del tranquilo retiro. Aquel 6 de octubre de 2010, minutos antes de saltar a la cancha, a Dinho le avisan que su padrastro ha muerto. Esa noche pudo haberse regresado a casa, pudo haberse quedado en la banca o fingido una lesión, uno de esos “resentimient