Una lectura de -Libro de
la Historia Universal- de Francisco Nájera
“Un reloj es tan beneficioso para el intelecto,
como una fotografía de oxígeno
para un hombre que se ahoga”.
Watchmen –Alan Moore-
Los libros de Nájera me
encontraron a mí. Como regalos o por suerte fueron llegando. Su numerosa obra
es casi inconseguible. La autopublica y la regala a círculos pequeños de amigos
lectores. De entre su casi medio ciento de libros que pasan de la poesía, al
ensayo, a la narrativa, a convertirse en objetos, uno sobresale como una enorme
estela. Uno en el que queda plasmada su poética tan próxima al taoísmo y al
anarquismo.
Bajo esas luces, hago esta
lectura de Libro de la Historia Universal: Lomo negro, letras blancas. Un fondo
de tierra o piedra. 450 páginas con 755 eras, digo siglos, digo años, vidas,
poemas que se suceden unos tras otros hasta los confines del espacio.
Recalibrar el
tiempo
El oriente de una Vida (su
ética, su estética, su erótica) siempre se traza a partir de un modo de contar
el tiempo y de hacer el registro de la Historia. Por eso se cuenta el tiempo a
partir de Cristo o Mahoma, por eso la revolución francesa impuso un calendario
florido, por eso la Unión Soviética eliminó el domingo que atentaba contra la producción.
Por eso hay días para descansar que son menos que los días para trabajar, días
para exaltar la historia patria y días concretos para celebrar el amor. El
orden social.
Y qué hay de la Historia que
se enseña con la misma solemnidad que si fuera una hagiografía. No importa que
nos digan que hay una Historia de los triunfadores y una Historia de los
vencidos, ambas se enseñan para hacer al hombre deudor de su pasado y para obligarlo
a cumplir un destino. El gran engaño de “El Progreso” o como diría José Luis
Brea: el experimento más radical que la
humanidad ha conocido: el de su superación -tal vez, el de su mero llegar a ser
algo digno de ese nombre.
Por eso toda subversión atenta
contra Tiempo e Historia. ¿Acaso no es esta la tarea de todo poeta? Rebelarse
contra la Historia Universal, contra el conteo normal del tiempo y los grandes
eventos históricos; postular en cambio una Historia, la propia, con el propio
ritmo de tiempo alrededor del que habrá de girar la humanidad entera.
Es este el caso de poetas que
han reescrito su vida y la concepción del mundo a partir un momento exacto como Zurita, de Raúl Zurita; Arquitectura de la Mentalidad, de Héctor Hernández
Montecinos o Ø de Ernesto Carrión. Nájera en su Libro de la Historia
Universal va más allá, no hay evento histórico tan importante, no hay momento
en la vida que merezca ser la piedra angular del tiempo.
Como explicará en uno de los
epígrafes: “una Historia del Universo que
no sea la historia de las criaturas que lo habitan…. más bien debería ser la
relación del olvido que las rige y que las anula”. Es decir, hace una
Historia Universal de la soledad, el vacío y la nada. Una literatura menor
dentro de la Literatura Menor.
Historia Universal (de lo menor)
Dentro de ese concepto de
Deleuze y Guattari podemos decir que la literatura menor de FN es extrema. La
poesía (que acaso no es el lenguaje deterritorializado por excelencia) será su
artefacto para jaquear la máquina de poder que es la Historia. Escribirá desde
su marginalidad, poniendo en circulación un libro de escasos ejemplares, sobre
personajes que ni siquiera pueden ser encajados en una minoría racial, personajes
que aun así algunas veces se llamen Moisés, Dios o La Virgen, desaparecerán
rápidamente dejando sólo las cenizas de sus nombres.
Aquellas palabras que Deleuze
y Guattari dedican a los personajes de Kafka quedarán tan acordes de los
personajes de Nájera: El hecho de que
esos personajes por lo regular no tengan nombre ni lo necesiten, que no se nos
diga ni hay por qué saber cómo son, de dónde proceden ni dónde están,
colocándolos como piezas móviles e intercambiables de un gran azar que
configura una fatalidad, demuestra su sentido de desterritorialización. Cada
uno es yo y tú. Cada uno es NADA.
Para permanecer en su nada, no
tomar nombre, no generar hechos que se conviertan en Hechos, Nájera procederá
una y otra vez a anularlos. Sus personajes no serán una masa sino una multitud,
mantendrán su individualidad siendo parte de un todo, como aquellos diez mil seres que engendró el Tao.
Óptica asiática que siempre está presente como en Jhon Cage, como en Meister
Ekhart.
Una continua anulación por su
doble. Dios, por ejemplo, volviéndose
hacia sí mismo / El Señor, tembloroso, se penetra, / Aunando así en su cuerpo,
/ Al gozo de la penetración, / El placer de la apertura. Otro personaje más
adelante Ante el espejo, entonces,
levanta el puñal y lo hunde suavemente / Su cuerpo apenas si gime mientras
empieza a desplomarse.
El espejo persiste ya que hace que los personajes se conciban como nada más que un reflejo del
Todo: Espejo fui / Tan sólo reflejo /
Mera oscuridad / Anhelo de luz / Disuelto / Gozosa carencia / Entre la sombra.
El sexo también será un
dispositivo de desaparición en tanto que un cuerpo sólo puede penetrar
totalmente a otro hasta que se hacen uno sólo. En tanto que un cuerpo en
éxtasis deja de ser un cuerpo.
Presenciaremos una y otra vez
el devenir de los personajes en los poemas para siempre terminar anulándose.
Veamos por ejemplo el texto que abre el libro: Yo soy umbral / No soy palabra / Soy río soy viento / Soy camino /
Espacio ya recorrido / Gesto no recobrado / No soy umbral / Soy palabra. No
son contradicciones, son mutaciones. No hay muerte, hay cambio. Ninguno de los
personajes serán los mismos porque aún y cuando sospechemos su reaparición en
otra parte del libro: jamás habrás de
contemplarte / dos veces / en la misma oscuridad.
Son personajes que se meten
dentro de sí para desaparecer, como si de un proceso de meditación zen se
tratara. Su estrategia de liberación es esa imposibilidad de catalogar,
identificar o contextualizar a sus personajes, esos requisitos de los que tanto
depende el sistema de dominación.
Donde no se puede ser, es imposible
morir:
estrategias de inmortalidad.
Frente a un ir y venir más que
los nombres sólo nos irá quedando la sensación de angustia y de vacío, el
profundo silencio. Su tiempo será ajeno al del calendario, una Historia
Universal sin fechas porque el vacío y la soledad no pueden ser explicados con
horas, días y semanas. Porque los seres, lo intuyó Newton y lo explicó la
física cuántica, son capaces de modificar tiempo y espacio. Lo que nosotros
entendemos como años sólo es la vuelta perpetua que damos a la gran estrella
girando en la curvatura que deformó con el peso de su masa la dimensión del
tiempo.
Por eso el Fin de la Historia
solo pudo haber sido postulado por un asesor del gobierno estadounidense para
hacernos aceptar que nada puede ya cambiar, que sólo queda trabajar y acoplarse
dentro de la consolidación del sistema capitalista: el fruto del progreso de
nuestra humanidad.
Pero Nietzche y antes los
pueblos originarios de América y Asia promulgaron un eterno retorno porque las
cosas no mueren sino persisten bajo otras formas. Del pasado no solo persisten
las ruinas sino un elemento vivo: el aire. Nosotros y los personajes de este
Libro de la Historia Universal respiramos el mismo aire que un día entró en los
bronquios de los dinosaurios, que salió en el último grito de Jesucristo, en
que se fundió el Buda, que respiró Stalin...
Si todo persiste, más que el
pasado y el futuro, toda la importancia recae sobre el presente, un ahora que
es eterno. El recuerdo y la memoria dejan de ser una carga y se convierten en
una muestra de la inmortalidad de los momentos y de los seres. Una muestra de
su potencia y su libertad para escoger otro rumbo, para vivir o disolverse.
En Libro de la Historia
Universal, hasta el índice se constituye en un aparato de demolición. Contra un
sentido de linealidad, contra el orden normal de las cosas, los poemas se
disponen alfabéticamente pero sobre la tercera letra de cada palabra. Así nos
queda un orden disimulado –el caos total es imposible- que hace variar también
la sucesión numérica.
Observando el índice aparecerá
un detalle más: algunos poemas se repiten hasta tres veces, en algunas
ocasiones reaparecerán exactamente igual, en otras tendrán cambios minúsculos.
Será este el eterno retorno de las cosas y los seres, de sus vacíos y su nada. Por ejemplo:
Pon mi nombre en tu tumba,
hermano, que muy pronto
habré de llegar, y tú te
habrás de encontrar conmigo.
Juntos caminaremos entonces, y
tú
me habrás de señalar su lugar.
Juntos reconoceremos el
nombre. Juntos
podremos descansar allí.
Pon en tu tumba mi nombre,
hermano.
Escríbelo con tus letras, que
juntos habremos
de descifrar. Que juntos
habremos de reconocer.
Entonces, tal vez, podamos
olvidarlas. Entonces,
tal vez, podamos descansar.
Escribe mi nombre hermano. Usa
para ello
tus palabras.
Pon mi nombre en tu tumba,
hermano, que muy pronto
habré de llegar, y tú te
habrás de encontrar conmigo.
Juntos caminaremos entonces, y
tú
me habrás de señalar su lugar.
Juntos reconoceremos el
nombre. Juntos
podremos descansar allí.
Pon en tu tumba mi nombre,
hermano.
Escríbelo con tus letras, que
juntos habremos
de descifrar. Que juntos
habremos de reconocer.
Entonces, tal vez, podamos
olvidarlas. Entonces,
tal vez, podamos descansar.
Escribe mi nombre hermano. Usa
para ello
tu lengua.
¿Qué lectura nos sugiere hacer
entonces sobre un poema que se repite dos veces en su Historia? ¿Si después de
la página 136 en la 426, quien escribe y su hermano aún siguen pendientes de
llegar y caminar juntos y de escribir el nombre en la tumba? Si el poema se seguirá repitiendo nunca
descifrarán las letras y por lo tanto nunca podrán olvidarlas. Entonces nunca
habrá descanso, entonces apenas cambiará el instrumento ya no serán las
palabras, será la lengua la que escriba el nombre.
La escritura imposible
No hay solemnidad en la obra
de Nájera, en un escritor que ha gozado de la marginalidad, que sólo apuesta
por los pequeños tirajes de sus libros. Quizás porque, como es latente en Libro
de la Historia Universal, la escritura es tan potente como banal.
Dirá por ejemplo soledad es no
poderte decir que estoy solo. Cantará al final el origen de todas las cosas en
el origen de las palabras y descubrirá que todo es silencio. Y escribe porque
aunque todo se desvanezca, habita en él la pulsión de ser.
Por eso también Libro de la
Historia Universal no tiene fin, aunque el último poema esté en la página 428,
aunque fuera terminado de escribir un 11 de mayo del 2000[1].
Esa es solo la fecha mundana.
Por eso el libro termina
empezando:
Empezaré
por la palabra
Su sonido
de centella
El
deslumbrante momento en que se expresa
Su rica
gala
El espacio
que cubre con sus sílabas
Empezaré
por la palabra
Empezaré
por el sonido
Gutural y
melancólico
Carcajada
que destroza la palabra
Expresión
de la caída inexorable
Empezaré por
el sonido
Empezaré
por el silencio
La
temblorosa perfección de su ternura
El absoluto
e inmaculado espacio en el que se inventa
Vacío puro
sin ternura y sin sonido
Profunda
realidad inexpresable
Empezaré
por el silencio
Después de todo ello parece vano
decir que Nájera, Doctor en Letras, poeta y ensayista, nació en Guatemala en
1945. Seguramente seguirá siendo, como el universo, aún y cuando llegue el
pesado día de labrar en mármol su nombre y la fecha en que habrá de disolverse.
[1]
Quizás no sea mera coincidencia el que este libro que atenta contra la Historia
y el Tiempo fuera escrito en el año 2000. El año en que todos estaban embobados
pensando en el fin del mundo, agobiados por todo el “avance” y la destrucción
que un nuevo siglo representaba.
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