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EL CUARTO OSCURO DE AJENJO

El tercer ángel tocó la trompeta, y cayó del cielo una gran estrella, ardiendo como una antorcha, y cayó sobre la tercera parte de los ríos y sobre los manantiales de las aguas. Y el nombre de la estrella es Ajenjo; y la tercera parte de las aguas se convirtió en ajenjo, y muchos hombres murieron por causa de las aguas, porque se habían vuelto amargas.

Apocalipsis 8:10-11

El señor Gregorio Samsa ha caído en un vaso etílico y entonces la enésima transformación, esta vez, en una forma indefinida. Marco Valerio Reyes, ese punto blanco en un universo negro, ese punto blanco que escribe.

Ajenjo es un cuarto negro cuyas paredes se van estrechando sobre el lector, un libro no apto para claustrofóbicos. Un libro no apto para quien teme ver desaparecer todos los objetos y quedarse atrapado consigo mismo, acosado por las sombras. Son versos de angustia, de desesperación, de la palabra exacta en la línea que sólo se consigue con trabajo de carpintería japonesa dedicando tres horas a lijar una varita hasta librar de ella todas las imperfecciones y encontrar la palabra, LA PALABRA.

Algunas veces se confunde la sinceridad y la transparencia con versos que caen a la primera, celebro en Marco Valerio ese afán por ir más allá, por no caer en la primera expresión sabiendo que hay que sumergirse en ella, buscar entre sus caminos de lianas, el fondo en que yace él mismo. Ese viaje lo lleva a destrozar en alguna línea su Yo, a encontrarse tres poemas después con el terror de seguir pensando bajo un nombre y un cuerpo pero sobre todo a mantener la lucha en ese cuartito oscuro. No dejarse morir sin antes practicar la autopsia del universo que lleva dentro.

Ajenjo es como la cámara anecoica en la que John Cage descubrió que el silencio es imposible, que encerrado en un cuarto vacío es posible escuchar el ruido del cuerpo funcionando.

Artemisa Absinthium, la planta del Ajenjo. No parece coincidencia que lleve el nombre de la diosa griega de la caza, que sea al mismo tiempo una planta para curar, una planta para erradicar pestes y un embriagante. Esas tres cualidades de la planta están en sus versos de angustia y desesperación, son las tres cualidades de la empresa de este libro: quien escribe para sacarse de si la polilla que lo carcome, quien escribe para intentar curarse una llaga que es más grande que su cuerpo, quien escribe y escribiendo se embriaga, ensueña y delira. 

El Ajenjo, Edgar Degas
Sería injusto acreditar el viaje de este libro sólo a Marco Valerio porque se lee sin poder obviar las imágenes bajo las que se trenzan las palabras, el trabajo de ilustración de Antonio Luna. Esa síntesis es un gran logro del Taller Mente Inquieta. Las imágenes no opacan al texto ni viceversa. Cada uno puede leerse en una línea por separado o como una narración gráfica que ha tomado esa forma sin querer, como Gregorio Samsa. Así Luna va colocando manos, ojos, extremidades y luego cuerpos y luego la negritud; paralelo Marco Valerio dibuja hemorragias, sus disfraces apilados, el vacío acuestas y los dioses que brillan por su ausencia.

Hermosas imágenes, por más pesadas que nos parezcan, nos regala Ajenjo. Ajenjo como el cuadro impresionista de Degas. Vamos búsquelo, y luego relea el libro. Entonces no sabrá si quien lo escribió, si usted que lo lee, es la mujer de mirada cabizbaja, el borrachín barbudo de al lado o quizá sólo las sombras, o quizá sólo los pincelazos gruesos y espesos sobre el lienzo.

Por favor desnúdese, enciérrese con este libro en su cuarto y permítase viajar. Ser como Gregorio Samsa abandonando su cuerpo adentro de una gran pesadilla, ver su cuarto achicarse hasta desaparecer en usted mismo. Quizá después ya no vea su rostro, quizá después este manual para suicidio de Marco Valerio Reyes le gane la partida. 


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